Don Tomás Fernández, furioso, clavó los ojos en los zapatos de su hijo de 12 años. Después de sus constantes peloteos por el campo improvisado y lleno de baches ubicado en la parte de atrás de la iglesia de su localidad, estaban llenos de rasponazos, inservibles para ir a misa o a la escuela. ¡Y eso que el padre le había pedido al muchacho que no jugara!
Con la miseria que ganaba Tomás durante la década de 1920 en Perú (todo un reto en lo económico), le costaba muchos sudores llevar comida a la mesa para los diez moradores de su humilde hogar; y ya no hablemos de unos zapatos nuevos para el segundo más joven de todos ellos. Por tanto, lo que había empezado como una petición, pasó a convertirse en una orden: el pequeño Teodoro (más conocido como “Lolo”) tenía terminantemente prohibido jugar al fútbol.
Sin embargo, la obsesión pudo más que la obediencia. “Empecé a salir a escondidas de mi casa y a jugar descalzo”, recordaba Teodoro más tarde. “Jugábamos en un terreno irregular y solía hacerme cortes y heridas en los pies. Pero no abrí la boca y soporté el dolor, porque lo único que quería era jugar al fútbol, y sabía que mis padres no podían enterarse”.
Pero al final se enteraron, y la culpa la tuvo única y exclusivamente la precoz e increíble potencia de su pierna derecha. Un día, en efecto, ¡le pegó al balón con tanta violencia que rompió una de las paredes de la iglesia!
“Mi madre dio un grito y luego se puso furiosa”, explicó Lolo. “Yo intenté razonar con ella y le dije que quería ser futbolista como mis hermanos mayores, pero ella insistía en que me olvidara de eso; que aunque lo consiguiera, uno no podía ganarse la vida de una forma lo bastante decente jugando al fútbol”.
A puro gol
Cuando a Teodoro lo enviaron a Lima a estudiar en 1930, el chaval de 16 años en ningún momento se planteó en serio concentrarse en su carrera académica. De hecho, apenas había tenido ocasión de leer las primeras páginas de uno de los libros que le habían pasado cuando empezó el capítulo inicial de una carrera futbolística de ensueño.
Aquel mes de febrero, Arturo Fernández, un defensa expeditivo del modesto Ciclista Lima, estaba negociando con Universitario, un club incipiente y advenedizo que acababa de ganar la liga peruana. Como es habitual en estos casos, el jugador de 24 años tenía una condición. Sin embargo, no pedía un salario más alto, ni ser utilizado en su posición preferida, sino que el club se fijase en su hermano pequeño. De esa forma nació el maravilloso e indisoluble matrimonio entre "Lolo" Fernández y el Club Universitario de Deportes.
En efecto, en su debut con el primer equipo, en noviembre de 1931, el delantero fue el autor del único tanto del partido. Y durante los próximos 22 años, Lolo promedió casi un gol por encuentro y se adjudicó 7 trofeos como máximo artillero de la liga peruana, antes de colgar las botas en 1953 tras un derbi contra el eterno rival, Alianza Lima. Como no podía ser menos, el goleador de 40 años volvió a ser la pesadilla de los aliancistas y se despidió firmando tres dianas en un triunfo por 4-2 (Fernández, con 29 goles, sigue siendo el máximo realizador en “el Clásico de Clásicos”). Es más, la pasmosa eficacia del Cañonero fue primordial para que Universitario se proclamara campeón nacional en 6 ocasiones.
“Cuesta imaginar que hubiese un mejor jugador en el mundo en aquella época”, afirmó Luis de Souza Ferreira, ex compañero de equipo de Teodoro Fernández. “Lolo resultaba imparable: era un magnífico pasador, con una valentía tremenda, iba muy bien de cabeza y poseía el disparo más temible que jamás he visto. ¡Era tan potente que a menudo rompía las redes [del arco]! Nadie podrá superarle nunca como el jugador más grande de La U”.
De hecho, todos coincidían en que nadie lo desbancaría como el mejor futbolista peruano de la historia hasta que Teófilo Cubillas irrumpió en escena en 1966. En el Torneo Olímpico de Fútbol masculino de Berlín 1936, Fernández se apuntó 6 tantos en 2 encuentros antes de que se produjera la controvertida retirada de la Rojiblanca del certamen. Dos años más tarde, Lolo guió a su selección hacia la medalla de oro en los Juegos Bolivarianos, amén de ser el máximo goleador de la Copa América 1939, en la que su país sorprendió a Uruguay en la final (desde entonces, Perú solamente ha levantado el trofeo otra vez, en 1975).
Fiel a La 'U'
Sin embargo, Fernández nunca tuvo la oportunidad de jugar en una Copa Mundial de la FIFA™, por culpa de la II Guerra Mundial, unido a la decisión de la Federación Peruana de Fútbol de renunciar a las fases de clasificación para Italia 1934, Brasil 1950 y Suiza 1954, y de no inscribirse en la competición preliminar de Francia 1938. En todo caso, el ariete sí dejó constancia de su categoría y de su acierto infalible ante un público más amplio desde septiembre de 1933 hasta marzo del año siguiente: durante una gira por Europa con el “Combinado del Pacífico” (integrado por jugadores de Perú y Chile), marcó la friolera de 48 tantos en 39 encuentros, frente a equipos de la talla del Barcelona, Bayern de Múnich o Celtic de Glasgow.
Como es lógico, semejante estado de forma provocó que le llegaran varias ofertas lucrativas de equipos extranjeros, como el RC París, Peñarol, Racing Club y San Lorenzo de Almagro, pero todas las rechazó. El Colo-Colo chileno, incluso, le ofreció un cheque en blanco, pero a Fernández ni se le pasaba por la cabeza la idea de poner una cifra en él y dejar su querido Universitario.
“A Lolo no le importaba el dinero”, explicó Plácido Galindo, ex compañero de equipo y posterior presidente del club. “Simplemente le encantaba jugar al fútbol y vestir la camiseta crema [de Universitario]. Era uno de los mejores futbolistas de la historia, pero también una persona sumamente agradable y campechana. Podría haber ganado una fortuna en otro sitio, pero aquí en La U se ganó la inmortalidad”.
Desde luego, la leyenda de Teodoro Fernández en su único club nunca morirá, pero, por desgracia, su vida se apagó hace exactamente 15 años en Lima, desatando un mar de lágrimas en la capital peruana. Era el sentido homenaje de unos compatriotas profundamente agradecidos de que, unos 70 años antes, el llanto de su madre tras aquella pared rota no impidiese a Lolo emprender su fabulosa carrera.